Instrucción escolar: el cultivado habito de no entender

Rosa María Torres

Es vieja la constatación y el reclamo de quienes, saliendo en defensa de los niños, advierten que la literatura infantil, hecha por adultos, suele ser ininteligible para los niños. Leer un cuento a un niño pequeño -aun aquellos que han pasado a la historia como reliquias de la literatura infantil- implica por lo general un penoso ejercicio de "traducción" y grandes dosis de creatividad para los padres.

Pero ninguna institución se ha especializado más en cultivar un lenguaje incomprensible que la escuela. Ninguna, como ella, ha sabido cultivar el sagrado hábito de no entender y de no preguntar por lo que no se entiende (hábito que a muchos acompaña por el resto de sus vidas).

Desde el primer grado, el niño se enfrenta a lecturas, oraciones, palabras que no entiende. Desde el primer grado, el niño aprende que no entender es un ritual, una de esas reglas del juego que instaura la escuela y en las que basa su legitimidad y su poder. Preguntar qué quiere decir esto o aquello perturba, es signo de malacrianza o de ignorancia; está, en definitiva, fuera de las reglas de la práctica pedagógica. Para eso se inventó el diccionario, y los maestros descansan en él. Decodificar lo inentendible es tarea de los niños. Tarea mecánica, individual, burocrática, a través de la cual los niños han de "enriquecer" su vocabulario con los términos más exóticos, no importa si útiles o no, no importa si entendiendo o no lo que significan.

Así, por ejemplo, el año pasado, mi hijo menor, en tercer grado, tuvo como tarea consultar en el diccionario la palabra "hipertrófico". Copió en su cuaderno, con su mejor letra: HIPERTROFICO, CA. adj. Med. Relativo a la hipertrofia o que presenta sus caracteres. Nunca, en cambio, a su maestra de tercer grado se le ocurrió explicar o mandar a consultar lo que significaba "conmutación", a fin de que los niños entendieran por qué la propiedad conmutativa de la suma se llamaba así.

Cosas como éstas simplemente hay que aprenderlas de memoria, sin entender lo que significan. Si, como pedagoga y como lingüista, todo esto sigue provocándome estupor, como madre de estas pequeñas víctimas del aparato escolar, ello me provoca indignación. Santa indignación reactivada ahora por el reciente tormento al que hemos sido sometidos padres e hijos a propósito de los exámenes finales y por el que, concretamente, acaba de pasar mi (mismo) hijo menor de 9 años para terminar su cuarto grado en una (otra) capitalina escuela privada. Valgan, para ejemplificar lo dicho, estas piezas extraídas de los cuestionarios de dichas pruebas:

  • Pregunta: Frente a cada dibujo determine señalando con una cruz de qué región son característicos los siguientes productos (acompañado de dibujos ligeramente irreconocibles).
    Respuesta: en blanco.
    Puntos: cero.
    Explicación: - "No entendí lo que me preguntaban".

    - "¿Por qué no le pediste a la maestra que te aclarara la pregunta?".
    - "Porque en los exámenes no se puede preguntar".

  • Pregunta: ¿En qué radica la importancia de la presencia de petróleo en la Región Amazónica?.
    Respuesta: en blanco.
    Puntos: cero.
    Explicación: La misma anterior.

  • Pregunta: Último soberano del Tahuantinsuyo.
    Respuesta: en blanco.
    Puntos: cero.
    Explicación: -"No sabía lo que quería decir soberano". (El texto de lectura y los propios apuntes del cuaderno se referían a Atahualpa como rey, inca, cacique, etc. El examen se aprovechó, por tanto, para iniciar de paso a los niños en un nuevo término).

  • Pregunta: ¿Con qué objeto vinieron al Ecuador los miembros de la Misión Geodésica?.
    Respuesta: Con barco.
    Puntos: cero. Cero a la perfecta lógica de un niño que sabe que objeto significa cosa. Cero al complejo razonamiento que supuso llegar a la conclusión (propia) de que debieron venir en barco (y no en avión, por ejemplo, pues en esa época no existían; y no a pie o en auto, pues venían de muy lejos y debían cruzar un océano, etc, etc). Mención de honor, en cambio, para la escuela y la maestra que no sucumbieron a la tentación de un simple y vulgar ¿Para qué?, manteniéndose fieles a la tradición escolar que advierte que es más ilustrado y elegante preguntar un ¿Con qué objeto?. Falla del niño, no de la monstruosa pedagogía escolar. No se requiere ser pedagogo para llegar a esta conclusión.

Cualquier padre o madre de familia que se haya tomado la molestia de hojear detenidamente los cuadernos y las pruebas escolares de sus hijos podrá, sin duda, reconocer estos ejemplos y recordar otros tantos de su propia colección. Ejemplos que abundan, nos causan risa y hasta ternura, nos sirven de tema de conversación en las reuniones familiares o de amigos-padres-de-familia, pero que nos muestran sin lugar a dudas el dramatismo de nuestro sistema escolar.

Si los ejemplos dados provienen de una escuela privada de la capital, de un niño hijo de padres intelectuales, amamantado entre libros y expuesto cotidianamente a abundantes dosis de lenguaje oral y escrito, ¿qué sucederá en las escuelas con niños que parten de situaciones sociocomunicativas mucho menos favorables?.

Sería injusto afirmar -si ello puede servirnos de consuelo- que problemas como el destacado aquí sea típicamente ecuatoriano. En realidad, desde que mis hijos empezaron su vía crucis escolar y en los sucesivos países donde les ha tocado sufrirlo, he venido recolectando preciosas muestras de este insoslayable lenguaje escolar. Pero lo que sí pa¬rece muy propio es que, a diferencia de otros países, en el nuestro el tema educativo no sea objeto de cuestionamiento, análisis y discusión públicos.

Ya es hora de que los innumerables problemas pedagógicos que viene arrastrando la educación ecuatoriana sean encarados con la seriedad que requiere un tema que, como éste, está en el centro mismo de nuestras vidas y de las de nuestros hijos.

No hay comentarios: